lunes, 17 de octubre de 2011

Sabiduría de Dios para juzgar

I Reyes 3: 16 - 28
Por ese tiempo se presentaron ante el rey Salomón dos mujeres rameras.
Una de ellas dijo: "Señor mío! Yo y esta mujer habitábamos en la misma casa. Yo tuve un hijo cuando estaba con ella en la casa. Al tercer día después que yo dí a luz, ella también tuvo un hijo. Y viviamos juntas, ninguno de fuera estaba en la casa, sino nosotras dos.
Una noche el hijo de esta mujer murió, porque ella se acostó sobre él. Ella se levantó a media noche, tomó a mi hijo de junto a mí, mientras yo tu sierva dormía, y lo puso a su lado, y puso a mi lado a su hijo muerto. Cuando me levanté para dar el pecho a mi hijo, lo encontré muerto. Pero al observarlo por la mañana, vi que no era mi hijo el que yo había dado a luz. Entonces la otra mujer dijo: "¡No! Mi hijo es el que vive, y tu hijo es el muerto".  Pero la primera mujer volvió a decir: "No, tu hijo es el muerto, y mi hijo es el que vive". Así hablaban ante el rey.
El rey entonces dijo: "Esta dice: 'Mi hijo es el que vive, y tu hijo es el muerto'. La otra dice: "No. El tuyo es el muerto, y mi hijo es el que vive". Y agregó el rey: "Traedme una espada". Y le trajeron una espada. Enseguida el rey ordenó: "Partid por medio al niño vivo, y dad la mitad a cada una.
Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, se le conmovieron las entrañas, y dijo: "Ah, Señor mío! Dadle a ella el niño vivo, y no lo matéis". Pero la otra dijo: "Ni a mí, ni a ti. Partidlo. Entonces el rey  respondió: "Dad a aquélla el hijo vivo, y no lo matéis. Ella es su madre". Todo el pueblo de Israel oyó aquel juicio, y respetaron al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios para juzgar.








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